Respuesta en Frecuencia:
El valor ideal debería corresponderse con el del aparato auditivo de cualquier persona sana, es decir entre 20 y 20.000 Hz, a lo que habría que añadir un descenso suave hasta al menos 50.000 Hz para satisfacer el potencial aportado por formatos como el SACD, el Blu-ray Disc, el audio de alta resolución vía Internet y el disco de vinilo. Ahora bien, conseguir la respuesta en cuestión sin ninguna pérdida, es decir con una curva que sea completamente plana, es algo que sólo está al alcance de unos pocos y carísimos modelos. Por suerte, tonos de 20 Hz apenas hay en la inmensa mayoría de grabaciones, por lo que si una caja acústica puede reproducir adecuadamente (repetimos: sin pérdidas ni distorsiones) una frecuencia del orden de 30-35 Hz la podemos dar por buena. Los fabricantes más honrados suelen dar márgenes de +/-3 dB o +/-2 dB, aunque algunos hilan todavía más fino (+/-1 dB e incluso +/-0’5 dB).
Sensibilidad:
Es uno (el otro es la impedancia) de los dos parámetros de las cajas acústicas íntimamente relacionados con la electrónica encargada de excitarlas. La sensibilidad (también llamada eficiencia) indica la potencia eléctrica necesaria para obtener una determinada presión sonora (que es lo que realmente perciben nuestros oídos) para una caja acústica concreta. Suele expresarse en dB/W/m, que significa el nivel de presión sonora que se obtiene con una determinada caja con una excitación de 1 vatio y con el oyente situado a 1 metro del eje de simetría de la caja. Por regla general, las cajas acústicas para aplicaciones de Alta Fidelidad, en la que es la pureza del sonido el elemento dominante, suelen presentar sensibilidades comprendidas entre 88 y 92 dB/W/m, aunque hay modelos que se sitúan por encima (94 dB/W/m, un valor muy alto) y por debajo (85-86 dB/W/m, lo que obliga a trabajar con amplificadores de potencias muy elevadas si se desea conseguir niveles de presión sonora realistas).
Impedancia:
Una caja acústica puede modelarse con componentes pasivos, hasta el punto de que efectos eléctricos es “vista” por el amplificador de ataque como una “carga” cuya oposición a la señal (corriente) entrante depende de la frecuencia de la misma. De ahí que hablemos de impedancia de una caja acústica, un parámetro que consta de una componente constante (la resistencia en continua) y otra variable (la parte reactiva). Si la impedancia es muy baja, el amplificador de ataque deberá ser capaz de entregar una corriente muy elevada para garantizar la potencia de salida necesaria, por lo que una caja acústica de este tipo acabará poniendo problemas a la electrónica que lo excite salvo en el caso de que la misma esté explícitamente diseñada para ello. Puesto que la impedancia total de una caja depende de la frecuencia, lo que interesa es que el valor más bajo del parámetro en cuestión se sitúe por encima de un determinado límite que se suele establecer en 3 ohmios. En consecuencia, para trabajar con cajas acústicas cuya impedancia sea inferior a dicha cifra tendremos que optar por amplificadores cuya capacidad de entrega de corriente sea particularmente alta. Por regla general, los fabricantes dan a conocer lo que se conoce como impedancia nominal, que es el valor de la impedancia a la frecuencia de 1 kHz, aunque un número creciente de marcas “serias” proporciona también el valor mínimo, que de hecho es el que realmente interesa.
Potencia del amplificador asociado
Para elegirla bastará con tener en cuenta la sensibilidad de nuestras cajas y el nivel de presión sonora que queremos obtener con las mismas en la sala de que dispongamos. Contrariamente a lo que la intuición invita a pensar, no siempre hay que utilizar amplificadores cuya potencia de salida nominal sea inferior a la que puede soportar la caja acústica. ¿El motivo? Muy sencillo: a igualdad de calidades siempre sonará mejor y más ágil una caja excitada por un amplificador de alta potencia trabajando desahogadamente que otro de potencia limitada funcionando al límite, punto este último en el que sin duda distorsionará y por tanto acabará perjudicando (o destruyendo) los altavoces de las cajas acústicas y por tanto el sonido final.
En este sentido, hay que tener en cuenta que tanto las cajas como el amplificador de ataque deben estar en condiciones de reproducir con holgura todo tipo de picos de sonido, lo que significa tener que manejar potencias del orden de un 20% superiores a las nominales. En consecuencia, para conseguir buenos niveles de presión sonora (mínimo de 100 dB) con cajas acústicas de 90 dB/W/m lo ideal sería disponer de un amplificador con una potencia de salida de unos 100 vatios continuos por canal.